lunes, 18 de junio de 2018

Tras la pista del gran oso cavernario.

El agua moldea el paisaje y es capaz de penetrar en la roca inamovible formando cuevas de recorridos laberínticos, kilómetros de galerías inhóspitas viciadas de humedad que en su día sirvieron de refugio para los osos de las cavernas. 

Yacija.
Las cuevas los protegían del frío y en sus yacijas dormitaban hasta que un clima más benévolo los despertara del letargo. Las yacijas, huecos en forma de tazón excavados en la tierra, eran cubiertos en ocasiones con vegetación formando un "nido" que les servía de cama donde acurrucarse e hibernar. 

Durante ese letargo las hembras daban a luz, y por este motivo eran más vulnerables. Además los machos eran mucho mayores lo que favorecía a éstos a la hora de controlar los territorios con mayores recursos y obtener una mejor alimentación. Muchas hembras perecían durante la hibernación al no llegar con los nutrientes necesarios, y sus huesos se amontonan en los sedimentos cavernarios.

Zarpazos.
Otra de las marcas que nos han dejado de su presencia son los zarpazos, que a modo de marca territorial, dejaban en las paredes. Dichas marcas daban a otros ejemplares pistas sobre su sexo, tamaño y estado de salud, detalles importantes cuando te disputas un territorio con colosos de hasta 600 kilogramos.   

Todo este conjunto de rastros pasan inadvertidos ante la mirada poco entrenada de quienes se adentran en la magia de las cuevas. Es posible que en la visita a alguna cueva hayan pasado cerca de una de estas yacijas o zarpazos,  y solo el máximo respeto que debemos tener por las cuevas milenarias, puede salvar de la destrucción a estos y otros elementos que conforman nuestro patrimonio subterráneo.  


Autor texto: Germán Zanza López.
Autor fotografías: Germán Zanza López.
Fuentes: Obtenidos gracias a Mario Laurino, experto en paleontología cuaternaria.



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